Nos empeñamos
en buscar explicaciones para todo. Estamos muy incómodos viviendo situaciones
que no entendemos, es propio del ser humano, y nos urge rápido encontrar una
causa, la que sea, para quedarnos tranquilos. Pero en ocasiones lo inteligente
es aceptar que no hay respuesta. O al menos no sólo una, ni dos. De vez en
cuando se alinean multitud de factores, diferentes entre sí, que hacen posible
lo imposible.
El Paris Saint
Germain llegaba al partido de vuelta de los octavos de final de la Champions
League de este Miércoles con unos asombrosos datos en cuanto a goles encajados:
- Champions: 7 en
7 partidos (1 gol por partido)
- Ligue 1: 18 en
29 partidos (0,68 goles por partido)
- Coupe de
France: 0 en 3 partidos (0 goles por partido)
Pero, otro dato
era todavía más contundente: el 4-0 que le endosó al Barcelona en el partido de
ida, marcador que reflejaba con tota justicia el baño de los franceses a los
catalanes. Con estos antecedentes, la remontada culé parecía una utopía. El
partido tenía que jugarse, entre otras cosas porque de eso tratan las
eliminatorias a doble partido, pero se preveía como un mero trámite. La
dificultad ya no venía de que el Barça le marcara cuatro goles a un equipo tan
compacto, sino de que Cavani, Lucas Moura, Draxler o Di María no anotaran, lo
que exigiría nada menos que 6 goles locales… uno menos que todos los recibidos
por los franceses en toda la competición.
Pero el Barça
salió pareciendo creer en la gesta. Y el gol a los tres minutos de Suárez no
venía mal, la verdad. El PSG, por su parte, esperaba demasiado atrás, y el
encuentro, que se jugaba completamente en el campo visitante, parecía más
balonmano que fútbol. Sin embargo, a pesar del dominio en el juego, la
intensidad, y de jugar en una zona tan cercana a la portería, los de Luis
Enrique no acertaban en el último pase y no generaban demasiadas ocasiones. Así
siguió hasta cinco minutos antes del descanso, cuando Iniesta tuvo fe en un
balón casi imposible y provocó el gol en propia puerta de Kurzawa. Con el 2-0 uno
empezaba a abrir bien los ojos, y se preguntaba si en serio podría suceder. Y ya
el rápido 3-0, un penalti sobre Neymar que transformaba Messi, a poco de la
reanudación, hacía creerlo de verdad. Más de media hora por delante y a un solo
gol de forzar la prórroga. Lo imposible ya no lo era tanto. Pero en ese momento
los de Emery parecieron despertar. Viendo que se asomaban de forma irremediable
al precipicio, adelantaron líneas en busca de un tanto que acabara ya con las
bromas. Y lo encontraron rápido, por medio de Cavani. Lo celebraron como si
hubiesen ganado la Champions… y no era para menos. Era el gol que “parecía” cerrarlo
todo. La alegría parisina fue proporcional al shock barcelonista. Se entró en
un ida y vuelta que parecía favorecer al PSG, que tuvo en un par de ocasiones
el 3-2. Pero el que marcó fue Neymar, un golazo de falta que apenas nadie en el
campo celebró. Lógico. Era el minuto 87 y aún faltaban dos. Materialmente
imposible. Pero entonces llegó la jugada clave del partido. Cumplido ya el
minuto 90, el árbitro turco-alemán Aytekin (no se puede pitar bien con ese nombre) se
inventó un penalti en una caída en el área de Suárez y Neymar volvía a ponernos
a todos los ojos como platos. Ya con todos de pie, en el Camp Nou y en todas
las casas de Europa, una falta a 40 metros del área. La última. Neymar (que
estaba en todos los sitios) la colgó, la defensa rechazó como quien saca agua a
cubazos, y el balón le volvió al brasileño, que con un amago se quitó a Verratti
de en medio y puso un sutil balón a la espalda de la defensa francesa. Un balón
que cazó Sergi Roberto pero que rematamos todos. Un 6-1 para la historia, una remontada
épica (bueno, dos en un mismo partido más bien) y una noche que quedará en el
recuerdo de todo buen aficionado al fútbol… al deporte en general.
Y no hace falta
buscar la causa. Entre otras cosas porque no la hay. Mucho se ha hablado del
árbitro, que cierto es que benefició al Barça no sólo en el penalty del 5-1
sino en un par más de jugadas, pero también lo es que los culés llegaron al
descanso con la mitad del trabajo hecho sin su ayuda, y que Aytekin (¡qué
nombre!) el que marcó el gol decisivo. Fue sólo un factor más. Como lo fue el
planteamiento valiente de Luis Enrique (con 3 defensas y en momentos 4
delanteros), la intensidad y el hambre de los azulgranas sin balón o la
exhibición de Neymar. O como también lo fue, por contra, la disposición
ultra-defensiva del PSG, el nefasto partido de jugadorazos como Thiago Silva,
Marquinhos, Verratti, Matuidi o Draxler, o el pánico que le entró al equipo a partir
del 4-1 (dieron 4 pases en 10 minutos, y 3 de ellos para sacar de centro). Todo
eso tuvo parte de culpa. Y nada de eso, al mismo tiempo. Porque los milagros,
que es lo que fue y por eso tanto nos emocionó a todos, no se justifican. Los
milagros se disfrutan.