La técnica individual. El talento. La esencia del deporte. Sin ella probablemente no lo amaríamos como lo amamos. Pero este maravilloso mundo tiene muchas cosas más. De todo ello hablaremos aquí.
domingo, 15 de noviembre de 2020
Un Dios excesivo
domingo, 20 de septiembre de 2020
Ser feliz
El pasado Jueves se cumplieron 20 años de la primera vez que Leo Messi pisó Barcelona. Llegó con sólo 13 años junto con su padre Jorge en busca de lo que en su Argentina natal no había podido encontrar: un club que se hiciera cargo del costoso tratamiento médico que su cuerpo requería y que a su vez le posibilitara seguir persiguiendo su sueño de convertirse en futbolista profesional. Tras las dudas iniciales, la entidad culé le acabó dando tal oportunidad y el resto ya es historia. Dos décadas después Leo, ya convertido en estrella mundial, se plantea por primera vez dejar Barcelona y seguir con su carrera en otro lugar por los mismos motivos por los que vino: tratar de ser feliz.
No sé si existirá en el mundo una ciudad más futbolera que Rosario. Fue allí, en la capital de la provincia de Santa Fe, y en uno de sus barrios más humildes, donde Leo descubrió su pasión por la pelota y comenzó a forjar su talento como buen "potrero". Nada extraño viendo los ilustres nombres que de allí han salido: Menotti, Valdano, Bielsa, Batistuta, Mascherano, Di Maria o Banega entre muchos otros. Fue Newell's Old Boys el club que le posibilitó jugar sus primeros partidos y donde comenzó a despuntar como el que más. Sin embargo, a los 13 años le llegó la primera piedra en el camino: los problemas económicos de la familia les impedían seguir asumiendo las costosas inyecciones de hormonas de crecimiento que el pequeño Leo necesitaba para un normal desarrollo de su cuerpo. Newell's se negó a pagarlo, y tampoco lo hizo River Plate, que a pesar de quedar asombrados tras la prueba que le hicieron consideraron demasiado riesgo asumir un coste tan elevado por un chico tan joven. Agentes intermediarios le hablaron a Josep Maria Minguella de un chico fuera de lo común, y este le consiguió una prueba en las instalaciones del Barça, ante la negativa del entonces directivo Carles Rexach de viajar hasta Argentina sólo para verlo. A Charly le bastaron sólo unos minutos para darse cuenta de que había que fichar a aquel chico. No lo tenían tan claro gran parte de la directiva, tanto por el coste de aquel tratamiento como por el del puesto de trabajo que había que buscar en el club al padre, el otro requisito para el fichaje. Tras unas semanas de dudas en las que a punto estuvo Jorge de tirar la toalla y volverse a Argentina, la insistencia de Rexach terminó siendo decisiva. Eran finales del 2000, con el club en uno de sus peores momentos de su historia, y pocos se podrían imaginar lo que aquel chaval iba a representar en el nuevo siglo.
Veinte años en los que Messi, junto con otros nombres ilustres como Laporta, Ronaldinho, Guardiola, Puyol, Xavi, Iniesta o Luis Enrique situaron al Barça como referente mundial, y consiguieron decenas de títulos. Dos décadas de felicidad casi ininterrumpida para todos: club, aficionados y claro, también para Leo. Pero este verano, a los 33 años y en plena madurez deportiva, Messi quiere por primera vez irse de Barcelona. Quiere irse de un club cuya directiva ha malgastado casi 1.000 millones de euros en fichajes ruinosos los últimos años, que no supo encontrar un entrenador de nivel tras Luis Enrique, que contrató a una empresa para espiar a jugadores y sus entornos, a otra para desprestigiarles en redes sociales, que no tiene dinero ni para pagar los desayunos en el club de los chavales de la cantera o que despiden de malas maneras con una llamada de un minuto y medio a uno de los máximos goleadores históricos del club como Luis Suarez, además íntimo amigo suyo. A quién se le ocurre irse de un club así. De verdad, no hay quien lo entienda. Lo que sí se entiende es que esa frase de "el dinero no da la felicidad" es muy cierta. Al menos no toda. Su sueldo anual de unos 50 millones limpios por temporada muy pocos clubes se lo pueden ofrecer, por no decir ninguno de primer nivel europeo. Además, su mujer e hijos se sienten plenamente integrados en la ciudad y en la sociedad catalana, y no hay duda de que será allí donde fijará su residencia una vez retirado del fútbol. Pero el hambre por seguir ganando puede más que todo eso en esta última fase de su carrera. A Leo se le está acabando el tiempo, y viendo el panorama que hay en Barcelona duda y mucho de que allí lo pueda conseguir. Es sobre todo su gran obsesión la Champions League, que no levanta desde 2015 y en la que ha vivido los últimos tres años tres auténticas pesadillas que seguro aún andan revoloteando por su cabeza: Roma, Liverpool y Lisboa.
Hay quién le acusa de que su figura, sin duda la más importante en la historia del club, no puede abandonar el barco en este momento, que debe quedarse y apechugar con todo, pensar en el bien del club. Sin embargo, Leo ha tomado la otra dirección, tan egoísta como humanamente entendible: ser feliz. Su contrato ha evitado su marcha este verano, pero de cómo transcurra la temporada, de las sensaciones que perciba a futuro, y sobre todo del proyecto que le presente la nueva directiva entrante en 2021 dependerá su decisión de en qué lugar quiere seguir buscando la felicidad. Ojala siga siendo Barcelona, sin duda su lugar en el mundo.
sábado, 15 de agosto de 2020
Hacerlo peor
Quique Setién, Eder Saraba y el resto de su cuerpo técnico se sacaban una foto, sonrientes, en el centro del campo del Estádio Da Luz de Lisboa durante la previa del Bayern-Barça de cuartos de final de la Champions. "Inmortalicemos esto, que no sabemos si nos volveremos a ver en una cita semejante", debieron pensar. Da una idea de lo grande que les venía la cosa. Y no parecía ser buen augurio para un partido donde, una vez más, el único argumento para soñar en pasar de ronda de técnicos, directiva y aficionados volvía a ser el de los últimos años: Leo Messi. Pero los milagros son tan maravillosos porque ocurren muy de tanto en tanto. Eso es lo que tienen.