"Si el deporte no existiera, el mundo sería más aburrido". Valentino Rossi.

domingo, 10 de enero de 2016

Vivir en el reto continuo

Hace unas semanas se confirmó la noticia que todo aficionado al baloncesto venía lamentablemente esperando: Kobe Bryant se retirará a final de temporada. Y es que, viendo la plaga de lesiones que padeció estos dos últimos años, lo extraño es que no lo anunciase antes. Si no lo hizo fue, sin duda, por su amor al juego, ese que le convirtió en uno de los más grandes de siempre, y ese que le convenció de que no podía despedirse apoyado en unas muletas, sino con un balón entre sus manos. Como él mismo comunicó en su carta de despedida, lo deja porque su cuerpo le ha dicho basta, a pesar de que su corazón y su cabeza siguen tan fuertes como el primer día. Un primer día que queda ya muy lejos, allá por 1996, nada menos. Han sido 20 años maravillosos, una carrera excepcional e inigualable de la que toca ahora hacer balance.


Bryant ha sido tan grande que logró poner de acuerdo a casi todos, desde los más románticos hasta los más puristas. El de Philadelphia sumó a su indudable talento nada menos que 5 anillos de la NBA, en dos épocas diferentes, y siendo en todos ellos protagonista. Al éxito colectivo le acompañó, como no, un sinfín de logros individuales: 1 MVP de la Temporada, 2 MVPs de las Finales, 17 All-Star Games (con 4 MVP incluidos), 11 apariciones en el mejor quinteto de la Temporada o sus 81 puntos ante Toronto Raptors en 2006 (segunda mejor marca histórica en la NBA), son quizás los más relevantes. Viendo todo esto bien podríamos terminar aquí el artículo. Pero Kobe es mucho más.

Nadie como él ha podido aguantar con tanta dignidad la comparación con el más grande, Michael Jordan. Además del factor títulos (se quedará a sólo 1 de los 6 conseguidos por el de Brooklyn), Bryant siempre recordará a Jordan por su estilo de juego. Unos movimientos que siempre intentó copiar, y que consiguió finalmente hacer suyos. Un logro que nos muestra otra de sus virtudes: su enorme carácter competitivo. Lo que para cualquier otro jugador hubiera sido una tremenda carga, para él supuso un maravilloso reto: ser mejor que MJ. Llegó a ser una auténtica obsesión, como recordó el mismísimo Phil Jackson en su último libro. En él contaba una anécdota que nos da una idea de ese carácter del que hablamos. Corría el año 1999 y el técnico, en un intento de hacer ver a un individualista Kobe la importancia del juego colectivo, acordó un encuentro con Michael en Chicago. Justo después del apretón de manos con el mito, al de los Lakers, con tan sólo 21 años, no se le ocurrió otra cosa que soltarle: “tú sabes que te puedo patear el culo en un 1 contra 1”. Quizás fuera esa determinación y auto-confianza, además por supuesto de sus excepcionales condiciones, lo que le hizo acercarse más que nadie al 23. Una obsesión que se alivió en parte cuando recientemente le arrebató el tercer puesto en la lista de máximos anotadores históricos de la NBA. Y decimos en parte porque su verdadero objetivo siempre fue superarle en anillos, cosa que finalmente no logrará. Tampoco nos dejará seguramente un legado como el de Jordan, ese impacto que en los '90 revolucionó la NBA, Estados Unidos y el mundo entero, y que provocó que millones de niños se aficionaran al baloncesto. Aunque quizás haya sido sólo una cuestión temporal, de aparecer en un momento posterior en la Historia, quién sabe.

Y es que la trayectoria de Kobe Bryant se basa en los retos continuos. El de superar a Jordan fue el más ambicioso, sin duda, pero también lo fue el pasar directamente desde el Instituto, siendo un niño de 18 años, a una competición profesional tan exigente y poder competir desde el primer día. El tapar las bocas de todos aquellos que decían que nunca podría ser campeón sin Shaquille O’Neal a su lado, cuando lo logró por partida doble en 2009 y 2010. O el de no tirar la toalla cuando llegaron las lesiones, recuperarse de ellas con el enorme esfuerzo que algunas requerían (rotura del tendón de Aquiles en 2013 por ejemplo) y cumplir su deseo de retirarse sintiéndose todavía jugador. Vivir en el reto continuo: común denominador de los más grandes. Como Magic, negándose a que el VIH le impidiera volver a jugar. Como Jordan, demostrando a todos que podía seguir compitiendo con 40 años. O como LeBron, soñando con hacer campeón al equipo de su tierra. Por citar algunos ejemplos. Una manera de entender el baloncesto que lleva a sus protagonistas a dejar huella, a formar parte de un reducido grupo de elegidos. Grupo del que Kobe Bryant formará parte para siempre.

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