Que el partido decisivo de la Copa Libertadores, el torneo de clubes más importante de Sudamérica ("la Champions americana", como dicen otros) se dispute en Europa es algo raro. Muy raro. También parecían sentirlo así los miles de argentinos que llenaron el Santiago Bernabeu. En varias ocasiones la realización los buscó y, lejos de encontrar esa pasión y locura desmedida que esperaba, mostró a una multitud tranquila, pasiva y casi desconcertada, como preguntándose qué hacían allí viendo un River-Boca. Uno creía por momentos que aquello en realidad era un Real Madrid-Levante.
Y es que lo más destacable del Domingo fue el impecable comportamiento de ambas aficiones, tanto en los días previos como durante el encuentro y horas posteriores. Sin duda el mérito es todo de ellos, los argentinos, pero el buen hacer de las autoridades también suma... y más teniendo en mente lo ocurrido en Buenos Aires hace dos semanas. Aquella fatídica curva sin apenas protección policial cuando pasó el autobús de Boca, las batallas campales que se vivieron afuera del Monumental o las presiones por jugar de la CONMEBOL con varios jugadores heridos dieron paso a controles en Barajas para evitar que se colaran los barras bravas, unos 5.000 efectivos entre fuerzas de seguridad y personal sanitario y una organización que permitió la entrada y salida del estadio a ambas aficiones sin ningún altercado. Una final de Libertadores en Europa es y siempre deberá ser una excepción. Si además tanto aficionados como autoridades argentinas lo toman como un ejemplo, comprobando cómo se pueden disputar encuentros con ambas aficiones en un estadio (sin alambradas ni fosos, por cierto) sin ningún problema, habrá sido una victoria completa.
El primer triunfo ya se logró: que el partido que parecía imposible de jugar se terminara jugando. Porque de todo este lío el que menos culpa tiene es el fútbol. El encuentro terminó resultando como muchos esperaban: mucha emoción pero poco juego. No sé si existe en el mundo un partido con más miedo a perder que un Boca-River en final de Libertadores, y así lo pareció tras los primeros 45 minutos. El corto y rápido césped del Bernabéu (como de cualquier estadio español y europeo) tampoco ayudaba a los 22 protagonistas, tan acostumbrados a otros más altos y secos por Latinoamérica. Cuando no era un error en el control del balón era un pase defectuoso y cuando no unas posesiones más que lentas por miedo a la pérdida. En esas transcurría el partido, sin apenas ocasiones y con muchas interrupciones en el juego, por lo que Boca sonreía y River no tanto. Al filo del descanso Darío Benedetto cazó una contra y, tras deshacerse de la despistada defensa rival, situaba el 0-1 para agudizar aún más ambas sensaciones.
La obligación de buscar el gol del empate hizo despertar a River a la reanudación, olvidarse del miedo que lo atenazaba y sacar a relucir su mejor virtud: la calidad de sus centrocampistas. "Ojala nos hubiesen marcado antes", pensarían los hinchas millonarios. Con más determinación y precisión en los pases, el peligro rondaba la portería de Esteban Andrada, mientras los suyos notaban cada vez más el desgaste físico. La entrada del talentoso Juan Fernando Quintero por un gris Ponzio fue también decisiva para los riverplatenses. A mediados de la segunda parte también el 9 de River, Lucas Pratto, encontraba la red tras una excelente combinación y lograba un empate que se veía venir. Curiosamente el tanto volvió a atemorizar a los de Gallardo, que volvieron a especular con su juego, conscientes de la posibilidad de una prórroga. Entre un River que no quería y un Boca que no podía se cumplió el tiempo reglamentario casi sin noticias en las áreas. Ya en la prórroga y con 30 minutos por delante, River volvió a la carga, conscientes de su mayor talento y mejor condición física. La pronta expulsión de Wilmar Barrios por una absurda doble amarilla fue otra piedra más en el camino para los boquenses, esta ya decisiva. Con un Ábila renqueante y unos Pavón y Nández fundidos, la papeleta de frenar a los Álvarez, Quintero, Enzo Perez, Nacho Fernández o Pity Martínez recaía sólo en los recién ingresados Jara y Gago. Misión imposible parecía. Fue al colombiano Quintero al que le tocó "el gordo" (haciendo honor a su apodo), quien con un zurdazo a la escuadra culminaba la remontada y también su memorable actuación. Boca, jugando ya con 9 tras la lesión de Gago y con Andrada como otro delantero más, tuvo aún así la última con un remate de Jara al poste, pero sería "el Pity" el que cerraría el marcador ya con el tiempo cumplido y a puerta vacía.
120 minutos terminó durando el partido de vuelta de una final que duró un mes entero, siendo River a la postre el que tocaría la gloria americana por cuarta vez en su historia, la segunda en cuatro años. Mucho le costará a Boca y los suyos recuperarse de semejante mazazo contra su eterno rival, más doloroso aún por todo lo que pasó, aunque aún pueden decir que tienen dos Libertadores más. Tras lo del Monumental, seguramente no había una buena salida a todo esto, pero quizás esta era la menos mala. Un castigo, una lección o un fracaso para la sociedad argentina, según como se mire, pero una excepción en definitiva. Al final viendo el comportamiento de las aficiones, la deportividad de los protagonistas y la fiesta que se vivió el pasado Domingo en Madrid, uno diría que bendita excepción.
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