"Si el deporte no existiera, el mundo sería más aburrido". Valentino Rossi.

lunes, 28 de enero de 2019

No es tan fácil

Sales de la estación de Metro Estadio Metropolitano y la sensación es que ya no estás en Madrid. Esa gran extensión de terreno sin edificar, en la que actualmente se está trabajando para dotar de nuevos accesos y plazas de parking al feudo rojiblanco, transmite una tremenda frialdad. Al avanzar unos metros y descubrir a tu derecha ese imponente estadio se confirma la sensación. Una gigantesca bandera con los colores y el escudo del equipo trata de aportar algo de calidez, pero no sé yo si lo consigue.

La fachada principal del Wanda Metropolitano, junto a esa bandera, parece más bien la de un hospital. Uno espera que en cualquier momento un familiar de algún paciente asome de uno de esos huecos para tomar el aire o disfrutar de las vistas. No tiene ningún atractivo el estadio por fuera. Todo de hormigón visto, pero con la impresionante cubierta que asoma de vez en cuando por arriba, la cual te da una idea de la inmensidad del lugar. Esa sobriedad se traslada también a los aledaños, donde casi lo único que hay son metros y metros libres para el trasiego de la multitud, sin apenas puntos de sombra o donde sentarse. Menos mal que era 26 de Enero y no de Agosto. Abundan, eso sí, los puestos de souvenirs y comida rápida, y detrás de uno de los fondos se observan dos castillos hinchables para niños y una carpa en la que suena "Mi gran noche" de Raphael. Está prácticamente vacía, claro. Aquello parece una Comunión de pueblo en los 70.

A poco más de una hora antes del inicio del partido se abren las puertas y, cómo no, entramos enseguida. En pocos segundos estamos ya en la grada, y sorprende viendo lo espacioso de pasillos y zonas interiores. Los castillos hinchables y la carpa podrían haber cabido allí dentro. Pero lo más llamativo es que los de los anillos superiores también llegarán rápido, ya que las escaleras son exteriores, muy anchas e independientes entre gradas, lo que evita tapones y largas colas al entrar y salir. También es austero el acabado interior, con paramentos de hormigón y suelos fratasados. Seguridad y funcionalidad ante todo. La buena impresión se culmina al ver el interior del coliseo. Los miles de asientos rojos se alternan con numerosos y anchos pasillos, todo distribuido en tres anillos sólo interrumpidos por la fila de palcos privados, que casi da la vuelta completa al estadio. También los hay en dos de los córners, junto a sendas pantallas enormes donde el público disfrutará de las repeticiones. Hay una tercera en el lateral frente a tribuna. No se echa nada en falta para disfrutar del espectáculo, tanto si eres un simple aficionado como uno de los afortunados invitados. Ahora sí estamos en el siglo XXI. Pero la joya de la corona es esa espectacular cubierta retráctil y ondulada. Una estructura metálica de gran belleza por sus dimensiones, diseño y continuidad, que nos cuentan que aún gana mucho más de noche, encendida. Mientras los jugadores calientan sobre el césped los 68.000 asientos se van poco a poco ocupando, y minutos antes del inicio se anuncian los nombres de los protagonistas. La megafonía transmite dos cosas: la tremenda sonoridad del estadio y quién es el verdadero ídolo allí, escuchando la ovación tras anunciar el nombre de Diego Pablo Simeone. El Atlético empieza dominando en el juego, porque no podría ser de otra forma en ese escenario y porque este Atleti ya no es el de antaño. Los Gabi, Mario Suárez o Raúl García han dejado paso a Rodri, Thomas o Lemar, y eso se nota, sobre todo con el balón en los pies. Nadie se acordó de Koke en la primera parte. Eso sí, nada sería posible sin Griezmann. Es difícil ser más decisivo tocando tan pocos balones, aunque en esta ocasión tenía su motivo: su presencia era más necesaria que nunca arriba, viendo la indolencia de Kalinic. Pase interior de Thomas, latigazo desde la frontal al palo corto y a otra cosa. El Getafe apenas podía salir de su campo, y minutos después llegó el segundo. Otro gran pase de Thomas, el mejor el Sábado junto a Rodri, habilitaba a Lucas Hernández para que este centrara cómodamente al corazón del área, dónde Saúl aprovechó el rechace a tiro de Kalinic. No sé si habrá cosa más difícil en este mundo que levantarle un 2-0 al Atlético de Madrid, y su afición parece también tenerlo claro: la segunda parte quedaba para otros quehaceres.

El que diga que lo único que interesa en los eventos deportivos es el propio juego miente. Como cualquier concentración con miles de personas allí había mucho más de lo que estar pendiente. Y es que hubo un momento en que los gritos de ánimo hacia el equipo dieron paso a una especie de diálogo entre El Frente y el resto de aficionados. No sé como rugiría el Calderón, pero el Wanda también suena y mucho. Esa cubierta también tiene mucho que ver en eso. Mientras los clásicos cánticos eran secundados por la multitud, la armonía se rompió de repente: "Menos Morata, y más Borja Garcés", se les ocurrió gritar a los ultras, posicionándose claramente a favor de los canteranos y en contra del ex-madridista, recién fichado del Chelsea. A la tercera ya el resto de la grada se percató y empezaron los pitos como respuesta. Los de El Frente, viendo su protagonismo, se envalentonaron y repitieron la consigna varias veces más. Era una situación muy curiosa, con una parte de la afición reprochándole a otra, casi regañándole como hace un padre a su hijo. Y la razón siempre la suelen tener los padres (o la mayoría, según se mire). Decir que Morata no puede fichar por el Atlético sólo por haber jugado en el Madrid es no saber de qué va esto. La vida no es tan fácil, tan simple. Si lo fuera, el Barça ganaría la Champions automáticamente si decide tirar la Copa. Uno estaría legitimado para autoproclamarse presidente del gobierno en Venezuela si no le gusta el que hay. O el Atleti seguiría jugando en el estadio Vicente Calderón.


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